15 mayo 2010

AUTOBIOGRAFÍAS VISUALES. DEL ARCHIVO AL ÍNDICE (Introducción)*

por ANNA MARIA GUASCH
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* Artículo publicado en: Guasch, Anna Maria (2009) Autobiografías visuales: Del archivo al índice. Madrid: Ediciones Siruela.
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El texto que presentamos, Autobiografía visuales. Del archivo al índice, inició su andadura en el marco del programa de investigación «Biography» desarrollado en el Getty Reserch Intitute de Los Ángeles (California) en 2003.
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En dicho programa se presentaba la biografía (incluyendo la biografía del «yo» o autobiografía) como un género emergente no sólo en el ámbito literario, sino en el de la historiografía artística, un género que podía ofrecer nuevas aproximaciones, tanto teóricas como contextuales, al erosionado método biográfico implantado por Giogio Vasari en 1550 y que respondía a las siguientes preguntas: ¿Cómo las conversaciones biográficas han variado a lo largo del tiempo y a través de la cultura? ¿Cómo éstas han influido en la interpretación de los objetos? ¿Cómo algunas propiedades y características de los objetos conforman la producción verbal de una biografía de artista? ¿Cómo las interacciones con los objetos artísticos contribuyen a los procesos de formación de la identidad en la consideración de la biografía? ¿Cuáles son los «modos biográficos» dentro de las artes visuales? éstas y otras cuestiones fueron ampliamente debatidas por los más de treinta participantes convocados al citado programa a lo largo del año académico 2002-2003, entre ellos Paul Barolsky, Peter Burke, Eric Farnie, Nikolaos Chatzinokolaou, Griselda Pollock, Rudolf Preimesberger, Paul Smith, Rally Stein, Elisabeth Sussman y Richard Wrigley.
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Como apunta el biógrafo y escritor francés Claude Arnaud (1), desde la década de los ochenta las grandes corrientes del pensamiento, la antropología, el existencialismo, el psicoanálisis y el marxismo empezaron a ser víctimas de una contraofensiva «fulminante» que a partir de un cierto «retorno del yo» (y/o de la subjetividad) habría propiciado indirectamente la vuelta de géneros desplazados en los lindes de la historia como la novela histórica, la biografía y la ficción. Y ante un cierto desmoronamiento del optimismo del progreso histórico, de la idea de vanguardia y, en general, de la condición de modernidad (reivindicar la modernidad resultaba casi imposible desde el momento en que todo proyecto global, estético o ideológico parecía amenazado de deriva), la biografía aportaba una mirada dispersa, fragmentada, rebelde respecto al sistema y «curiosa» en relación con los hechos, sus gentes y sus orígenes.
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Paralelamente al impulso de la genealogía como alternativa al discurso explicativo lineal y desencadenante, la biografía aparecía como el género historiográfico que mejor podía explicar el renovado interés por el pasado vinculado a las «micronarrativas» así como por una dimensión del individualismo que en cada personalidad mostraba «un universo en sí» (2). De ahí la emergencia de un movimiento de curiosidad en relación con la «vida» y con la idea misma de «vida» como reacción frente a unos años de inflacionismo teórico dominados por la crisis de la autoría. En definitiva, unos años dominados por una defensa a ultranza de la impersonalidad, bajo el paradigma del barthesiano concepto de «muerte del autor» (1968) y el nacimiento, a expensas, del lector, o bajo el replantamiento del estatuto del estatuto de autor expresado por Michael Foucault en el texto «¿Qué es un autor?» (1969), en que pone en entredicho las convenciones usadas de la «función-autor» o del autor vinculado con una «entidad discursiva».
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Sol Le Witt - Autobiography (1980)
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Donde había antes un concepto, parece imponerse ahora una biografía (3). Y siempre con la consideración de que la biografía no explica la vida, sino que corre paralela a ella, como en paralelo corren los raíles del tren. Ante la necesidad de llevar a cabo un inventario de la época y de los modos de pensar, escribir, recapitular las personalidades, las formas y los comportamientos de la misma, la biografía aparece como una «respuesta instintiva», un impulso ciego frente a los fundamentos del orden y de la razón unidos al yo. Como afirma Arnaud, individualismo y biografía comparten elementos en común y sobre todo participan de una misma restauración de la inocencia, después de decenios de cuestionamiento moderno del «yo». Y si el psicoanálisis contituyó una tapa en el retorno del «yo», sin duda la biografía aparece como el instrumento más adecuado para responder a la crisis de la intelligentsia, de la teoría artística y los grandes relatos de la modernidad(4).
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Resultan interesantes al respecto las reflexiones de Pierre Bourdieu en el texto «la ilusión biográfica» (1994) (5), en el que justifica la proliferación de «las historias de vida» (concepto que abarcaría un amplio espectro de manifestaciones discursivas, desde entrevistas hasta autobiografía clásica) por la necesidad no tanto de profundizar en acontecimientos únicos y autosuficientes vinculados con el «sujeto» y con el «nombre propio», sino por la voluntad de contextualizar los acontecimientos biográficos en el campo social en la que se ubican: «Esto supone afirmar que no se puede comprender una trayectoria a menos de haber construido de antemano los estados sucesivos del campo en el que esta trayectoria se ha desarrollado» (6). [...] PDF Completo
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Citas:
(1) Claude Arnaud, «le retour de la biographie: d’ un tabou à l’autre». Le débat, marzo-abril 1989, pp. 40-47.
(2) Individualismo y biografía participaban, según Arnaud, de una misma restauración de la inocencia después de seis decenios de cuestionamiento moderno del «yo», de Pirindello a Borges, pasado por Pessoa. Véase Claude Arnaud, art. cit. p. 45.
(3) Claude Arnaud, art. cit. p. 43.
(4) No resultan extrañas, al respecto, las teorías que relacionan una cierta coincidencia entre la emergencia de la autobiografía y la posmodernidad. Véase el respecto Autobiography & Postmodernism, Katheleen, Leigh Gilmore y Gerald Peters (eds.), University of Massachussets Press, Boston, 1994.
(5) Pierre Bordieu, «La ilusión biográfica», en «Autobiografía como provocación», Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, 69, diciembre 2005, pp. 87-93. Texto publicado originalmente en Raisons practique, Sur la Théorie de l’action. Seuil, París, 1994.
(6) Pierre Bourdieu, art. cit. p. 93.
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03 mayo 2010

ROTURAS, MEMORIA Y DISCONTINUIDADES (en homenaje a W. Benjamin) *

POR NELLY RICHARD
* artículo publicado en: (1994) La insubordinación de los Signos (cambio político, transformaciones culturales y poéticas de la crisis) Santiago: Editorial Cuarto Propio.
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Reinventar la memoria
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De todo el repertorio simbólico de la historia chilena de estos años, la figura de la memoria ha sido las más fuertemente dramatizada por la tensión irresuelta entre recuerdo y olvido –entre latencia y muerte, revelación y ocultamiento, sustracción y restitución– ya que el tema de la violación de los derechos humanos ha puesto en la filigrana de toda la narración chilena del cuerpo nacional la imagen de los restos sin hallar, sin sepultar. La falta de sepultar es la imagen –sin recubrir– del duelo histórico que no termina de asimilar el sentido de la pérdida y que mantiene ese sentido en una versión inacabada, transicional (1). Pero es también la condición metafórica de una temporalidad explorada no sellada: inconclusa, abierta entonces a ser reexplorada en muchas nuevas direcciones por una memoria nuestra cada vez más activa y disconforme.
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En el desmembrado paisaje del Chile post-golpe, han sido tres los motivos que llevaron la memoria a faccionar –compulsivamente– roturas, enlaces y discontinuidades. Primero, la amenaza de su pérdida cuando la toma de poder de 1973 seccionó y mutiló el pasado anterior al corte fundacional del régimen militar. Segundo, la tarea de su recuperación cuando el país fue recobrando vínculos de pertenencia social a su tradición democrática. Y tercero, el desafío de su pacificación cuando una comunidad dividida por el trauma de la violencia homicida busca reunificarse en el escenario postdictatorial, suturando los bordes de la herida que separan el castigar del perdonar.
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Pero no habría que resumir la historia de la memoria chilena de estos años a una secuencia lineal y progresiva de gestos armoniosamente convergentes hacia un solo y mismo resultado: el de devolverle un sentido (su único y verdadero sentido) al corpus histórico-nacional desintegrado por los quiebres de la tradición. Semi-ocultos en la trama que urde la historia más residual de estos quiebres, se esconden los hilos aún clandestinos de muchas otras memorias artísticas y culturales que se rebelaron contra el determinismo ideológico de las racionalidades unificadas por verdades finales y totales. Si algo debe quedarnos como lección del reaprendizaje de la memoria que cuerpos y lenguajes debieron practicar en el Chile de la desmemoria, es saber que el pasado no es un tiempo irreversiblemente detenido y congelado en recuerdo bajo el modo del ya fue que condena la memoria a cumplir la orden de reestablecer servilmente su memoriosa continuidad. El pasado es un campo de citas atravesado tanto por la continuidad (las formas de suponer o imponer una idea sucesión) como por las discontinuidades: por los cortes que interrumpen la dependencia de esa sucesión a una cronología predeterminada. Sólo hace falta que ciertos trances críticos desaten esa reformulación heterodoxa para que las memorias trabadas por la historia desaten sus nudos de temporalidades en discordia.
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La dramatización de la memoria se juega hoy en la escena de la contingencia política, pero también se jugó en el escenario de aquellas obras de la cultura chilena que –bajo la dictadura– memorizaron la desposesión a través de un alfabeto de la sobrevivencia: un alfabeto de huellas a reciclar mediante precarias económicas del trozo y de la taza.
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Gonzalo Díaz - La lumpérica (Detalle) [1989]
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Esas obras fabricaron varias técnicas de reinvención de la memoria a la sombra de una historia de violentaciones y forcejeos. En casi todas ellas, y no por casualidad, resuena el eco de significaciones derivadas de la deriva bejaminiana. No es que tales obras les respondieron a los textos de Walter Benjamin, siguiendo correspondencias ordenadas por la erudición de traspasos biográficos. Desde ya, Benjamin nunca fue parte del corpus de referencias teóricas manejando dentro de la Universidad chilena por la crítica literaria de izquierda que lo podría haber acogido: «su marxismo atípico, más que andamio que de trama, su pensamiento ajeno a las construcciones globalizantes, a la linealidad ideológica, más bien dado a la inserción de residuos culturales, de capas de sentido ocultas en los rincones o en los márgenes de los textos, no eran tal vez los más pertinentes para una crítica enfrentada al acoso de una emergencia social y política que exigía fórmulas de análisis menos oblicuas» (2). Pero esto no quiere decir que el pensamiento de Benjamin no haya ejercido una real fuerza de intervención crítica en el medio cultural chileno. Quiere decir más bien que la productividad de esa fuerza se desplegó en las afueras del recinto universitario, y que no fue canalizada por la vía de una enseñanza constituida sino que más bien fluyó dispersa y heterogéneamente, tal como lo proponía el mismo Benjamin, al manifestar que lo «lo decisivo no salto en cada uno de ellos. El salto es la marca imperceptible que los distingue de las mercaderías en serie elaboradas según un patrón» (3).
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Las obras chilenas entraron en connivencia con los textos de W. Benjamin saltándose muchas veces los revelos del saber universitario, entrelazando sus claroscuros sin pasar por la mediación académica de una cadena de pensamiento formalmente diseñada. Lo hicieron más bien inspiradas por ciertas alianzas de parentescos que se acordaban secretamente, sin órdenes de programas ni métodos. Una mezcla de azares y necesidades terminó haciendo productivas varias referencias benjaminianas, pasando por «las combinaciones, las permutaciones, las utilizaciones» de conceptos cuya pertinencia y validez «no son nunca interiores, sino que dependen de las conexiones con tal o cual exterior» (4), tal como lo señalan Deleuze-Guatari en su defensa de la experimentalidad del sentido.
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Más averiguar filiaciones teórico-conceptuales deudoras de alguna matriz de conocimiento, vale la pena de alguna matriz de conocimiento, vale la pena dejarse sorprender por el itinerario de referencias semideshilvanadas que grabaron a Benjamin y sus tachaduras. Y vale la pena también preguntarse:«¿a qué regresa Benjamin, aquel berlinas de entreguerras, en el tren de una estación vacía, para descender sobre un neblionoso andén tan próximo a nosotros?» (5).
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Lo que sigue intenta reunir algunos de los hilos sueltos que tejen una lectura benjaminiana de las memorias entrecortadas y sobresaltadas de algunas prácticas culturales de nuestra historia de estos últimos años. [...] PDF Completo
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Notas:
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(1) sobre le fino análisis de la figura del duelo en la memoria postdictatorial, consultar: Alberto Moreiras, «Postdictadura y reforma del pensamiento», Revista de Crítica Cultural N.7 (Santiago-Noviembre de 1993)
(2) Leonidas Morales, «Walter Benjamin y la crítica literario chilena» en Sobre Walter Benjamin: vanguardias, historia, estética y literatura (Buenos Aires-Alianza Editorial/Goethe Institute-1993), p. 217/218.
(3) Benjamin citado por Morales, op. cit., p. 221.
(4) Gilles Delueze-Felix Guattari, Rizoma, (Valencia-Pre-textos-1976), p. 60.
(5) Nicolás Casullo, «Walter Benjamin y la modernidad», Revista de Crítica Cultural N.4 (Santiago-Noviembre de 1991).
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